Nací en una zona rural de Madhya
Pradesh, India, era Shaleki, la pequeña de los cuatro hermanos. Me
encantaba ir a la escuela, jugar en el barro creando figuras que
describían qué quería ser de mayor, soñaba con ser enfermera y
sanar a todos los necesitados. Pero lo que más me gustaba al salir
de la escuela, era jugar al escondite con todos los otros niños y
esconderme
encima
de
un árbol, donde nunca
me encontraban. Al
salir de la escuela, tenía
que apresurarme para llegar a casa y preparar la comida entre muchas
otras cosas, para los hombres de la casa, yo no acababa de entender
cómo
siendo la pequeña tenía todas las responsabilidades. Si
me quejaba, mi padre
me castigaba y pegaba, al final solo obedecía
y callaba, era la
mejor opción para no tener problemas. Cuando mi padre llegaba
borracho, abusaba de mí. Lo guardaba en secreto, pues mi madre no me
creería y solo empeoraría la situación. Vivía con miedo.
Un día al llegar a casa, vi que me
había manchando las bragas de sangre. Me asusté y fui corriendo a
decírselo a mi madre, ella me respondió: ya eres una mujer, ha
llegado el momento de casarte y ayudar económicamente a esta
familia, además tu
futuro marido es de una casta superior, tendrías que estar
agradecida. Creía que estaba bromeando, hasta que llegó el día de
la boda.
Tenía unos doce años, y aquel
hombre tenía veinticinco. Llegó vistiendo un achkan, con una camisa
larga y
un turbante naranja,
montando a caballo junto a sus familiares. Yo iba con un vestido rojo
adornado de oro, llamado sari, totalmente maquillada, ni me
reconocía, repleta
de joyas y tatuajes de
henna por las manos y los pies. En el momento del ritual, mi padre
vertió agua bendita, para bendecir
la unión con mi
futuro esposo. Cuando miré la cara del que sería mi esposo, me
entró miedo, traté de contenerme las lágrimas y sacar una sonrisa
para no deshonrar a mi familia.
Todo el mundo se puso a aplaudir,
bailar y cantar, y las respectivas familias, nos entregaron
obsequios. Pero nadie
podía ver el dolor
que llevaba dentro. No podía entender como mis padres, me entregaban
a ese repugnante hombre.
A partir de ese día, mi vida
cambió. Tuve que dejar de estudiar para cuidar de la casa, pero lo
peor llegaba
al caer la noche,
cuando
me forzaba a mantener
relaciones con él, si me negaba, me pegaba más fuerte. Lloraba cada
mañana al despertarme y cada
noche al acostarme,
todos mis sueños se habían
roto. Pasé unas
semanas con nauseas, hasta que me di
cuenta de que estaba
embarazada. Fue
injusto, no estaba
preparada física y psicológicamente para convertirme en madre,
acababa de cumplir los catorce años. Cada mañana pensaba en huir,
pero ¿qué
era yo sin mi marido,
sino
un cero a la
izquierda?
Sentir
a mi bebé dentro de mí me
fue dando esperanza,
cada adversidad me hacía más fuerte. Así que huí, tenía la
sorpresiva
revelación que iba a funcionar, aunque el miedo no dejaba de
invadirme. Dirección a Nueva Delhi, vi un grupo de turistas,
a los que acudí de inmediato pidiendo auxilio, aunque no entendieron
mi lenguaje, con ver mi rostro bastó. Resultó ser una ONG, se
hicieron cargo
de mí, y me llevaron a un centro con muchas otras niñas en
situaciones parecidas a
la mía. No podía creer lo ocurrido, la esperanza volvió a remover
mi ser.
Con
el paso del tiempo
tuve a mi hija, le
puse de nombre Hedvige, que significa: luchadora,
y empecé a formar
parte de la ONG, tratando de proteger y concienciar contra la
discriminación de género que sufren las mujeres. Todavía
hoy, algunas noches
tengo pesadillas. Pero tengo fe que algún día habrá igualdad.
Keren
Serrano
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