Tenías
la mirada anclada en aquel paisaje que observabas a través de la ventana, a
través de aquel bajón. Era un paisaje verdoso lleno de árboles, naturaleza y
lagos, y tus ojos no podían apartar la mirada, pues te introdujo en aquella
aldea en la ciudad de Fez, Marruecos, donde jugabas cada verano cuando eras
niña. Jugabas día y noche junto a tus ocho hermanos y hermanas, y te solías
esconder en una de las ramas de los árboles más altos. Y acababais el día
refrescándoos en el lago. Ibas pensando que fugaz fue aquella época, y ahora
madre de cuatro hijos, lejos muy lejos de tu ciudad. Con una realidad muy
diferente. No deseas llegar a casa, el mejor momento del día es el tren donde
te evades de tu realidad. Llegar a casa significa discutir con tus tres hijos e
hija, preparar la comida, recoger la casa y obedecer a tu marido. Adbullah
siempre está trabajando y es como si no lo conocieras, desde que llega a casa
se pasa las horas delante de la televisión o en el bar, con sus amigos. Y tú te
sientes sola, rodeada, pero bien sola. Dejaste tus amistades allí en Marruecos,
apenas hablas español y sientes que la gente te mira extraña en la ciudad de
Granada. A pesar de llevar más de quince años en ella. Atiendes a un programa
materno-infantil, derivada de Servicios Sociales, dos días a la semana, donde
una Educadora Social te ayuda con tus hijos, sobre todo con Fátima que se pasa
el día llorando. También atiendes a clases de castellano, donde no tienes que
ocuparte de tus hijos, y vas emocionada, también porque has conocido a mujeres
marroquíes con situaciones similares a la tuya, y os desahogáis unas con otras.
Tu vecina es de Marrakesh, y de vez en cuando te trae pastitas a casa, donde se
juntan todos los hijos, la casa se convierte en una granja, pero su compañía es
el mayor regalo. Aunque normalmente te sientes atrapada, joven y viva. Con un
marido al que no quieres, cuatro hijos y una madre lejos de ti, a tus 28 años.
Cada vez que te subes al tren, y miras por esa ventana te planteas como has
llegado hasta aquí, porque nunca te han dejado elegir. Te planteas seriamente
coger las maletas y huir, tú marido no te cree capaz, pero sabes que eres
valiente. Recorrer mundo, viajar, trabajar, estudiar, aprender idiomas, todo lo
que siempre has deseado. Quizás un día, te subas al tren, y no volverás a
bajar.
Keren Serrano Llaudis