viernes, 17 de mayo de 2019

Calles llenas de oscuridad


Historia Real:
En esas calles oscuras, allí de pie estaba. Con una mirada de dolor iba transmitiendo su estado, no hacían falta muchas palabras, para sentirlo. Un grupo de chicas le ofrecieron café, y aceptó a algo calentito. Cuando una del grupo, mencionó que Dios la amaba, la chica que se hacía llamar Sandra, de Romania, dio un paso atrás y dijo que no pronunciaran esas palabras en ese lugar. Y añadió, mirar donde estoy. No se puede hablar de algo tan santo en este lugar. Las chicas podían ver lo sucia, tan sucia y pecadora que se sentía por estar ahí, en esas calles día tras día. Sandra no miraba a la cara, iba escribiendo en el teléfono a su marido, con el que vivía y afirmaba que no se comunicaba mucho. En una de esas, Amelia, una chica del grupo abrió su corazón, y compartió, que hace años también estuvo en esas calles prostituyéndose. Sandra se guardó el teléfono en la chaqueta, y contestó que no la creía. Que no podía creer que Amelia, una chica alegre y de luz pasara por eso. Pero a medida que Amelia compartía su historia, los ojos de Sandra se iban iluminando, al ver que la historia empezaba a parecer real. Sandra al ver el conocimiento sobre todo lo que había detrás de esas palabras, confesó que ella traía el dinero de su deuda a su marido cada día, pero que esté no la pegaba si no traía el dinero acordado para el día, solo la pegaba cuando se lo merecía, pero que no tenía que ver con tema económico, que, si fuera así, no lo permitiría, como otras lo permiten. A Sandra, no le gusta que la llamen “puta”, ya que, según ella, no está ahí por que quiera, prefiere que la llamen “prostituta”, ya que aparte de ser menos despectivo, solo mantiene relaciones sexuales por dinero, dinero que le exige diariamente su marido, siendo ella víctima y vulnerable sin apenas saberlo. Por último, Amelia le pregunta si sería posible orar para bendecir su vida, a lo que ella accede sin problema. Después de eso se abrazaron mutuamente y sus ojos empiezan a llenarse de lágrimas. 
Keren Serrano Llaudis

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